Lima es la puerta de entrada a Perú y una capital rara, como raro sería mirar su cielo y no hallar en él esa omnipresente tonalidad plomiza. Pero que nadie se llame a engaño. En la ciudad a la que el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, acaso su hijo más ilustre, ha honrado con cientos y cientos de páginas, no llueve casi nunca. En marzo, los termómetros suelen marcar temperaturas de 30º de máxima y 20º de mínima.
Asimismo, a un lado y a otro del curso del río Urumbamba, se extienden unas tierras veneradas por los incas dada su extrema fertilidad. El pueblo amerindio aprendió a sacarles aún más partido, desarrollando sofisticados sistemas de cultivo, como queda patente en los bancales concéntricos de Moray. El que fuese el granero que un día alimentó al poderoso imperio se extiende entre Pisac hasta Ollantaytambo.
Del hervidero gastronómico que es Lima al sueño de alcanzar las míticas ruinas de Machu Picchu. Este es un viaje de contrastes, que parte de los restos de un pasado colonial, sobrevuela desiertos, altiplanos y montañas y, finalmente, aterriza en un presente envuelto en leyendas. / Fotografía: JUAN SERRANO CORBELLA