Pero si la máquina de escribir introdujo un nuevo modo de organizar la comunicación, también trajo nuevas maneras de procesar y archivar la información. Más aún, su uso dio encaje a una nueva manera de pensar, de expresar las ideas. Para explicarlo, retrotraigámonos hacia 1882, cuando Friedrich Nietzsche, con problemas de visión, se hace con la conocida como bola de escritura, diseñada algunos años antes por el director del Instituto Real de Sordomudos de Copenhague, Hans Rasmun Malling-Hansen, y que, a diferencia de la pesadísima Remington, permitía ser transportada. Por deficiencias en el mecanismo, el artefacto no terminó de cundirle al autor de Así habló Zaratustra, aunque sí le permitió alumbrar una serie de textos que, según una mirada experta, mostraban un cambio desde lo argumentativo a lo aforístico, desde la retórica a un estilo telegráfico.