No es descabellado pensar que fue el sector del automóvil uno de los primeros en conjugar ese tópico, tan en voga, que apuesta por compaginar la modermidad con el respeto a la tradición. Parece la evolución natural cuando en pocos productos como en un automóvil la palabra clásico cobra un significado tan especial y cuando, a la vez, la investigación en pos de la más puntera tecnología forma parte consustancial de su actividad.
Ensamblar ambos conceptos, el clasicismo de los vehículos de antaño con su estética única, poniendo a su servicio la más revolucionaria maquinaria, es un reto al que se han entregado los principales fabricantes de coches en los últimos años.
Vehículos de los años 20, que forjaron su leyenda en las primeras y épicas carreras de motor, son ahora la fuente de inspiración de nuevos lanzamientos, que tratan de rescatar aquel espíritu competitivo para ponerlo al servicio del conductor más exigente. El lujo de los años 30, consagrado por una clase emergente que hizo de la ostentación su carta de presentación, se reinventa ahora al servicio de ejecutivos e instituciones.
Y descapotables de los 50, pioneros en su género, se reestilizan levemente para concentrar en el motor las impresionantes mejoras técnicas en forma de caballos... Lo que sigue es solo un ejemplo de que, definitivamente, tradición y modernidad, donde mejor conjugan, es sobre cuatro ruedas.