El hombre comenzó a valorar y rastrear el oro hace más de 6.000 años, en el norte de África y en el Mediterráneo oriental. Desde entonces, todas las civilizaciones han conferido al más dúctil, brillante y escaso de los metales propiedades míticas, sagradas, ornamentales o simplemente crematísticas. En todos esos siglos, la cantidad de oro arrancado a la tierra ha sido tan escasa que los 24 quilates que califican al oro puro se han convertido en símbolo supremo de riqueza y poder.
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El oro está presente en todas partes, generalmente mezclado con una veintena de otros minerales, y suele encontrarse en estado puro, en forma de pepitas o depósitos aluviales. Este es el esbozo de una historia tan dura, terrible y apasionante como la de la propia raza humana, que aún hoy sigue aquejada de una fiebre endémica que rebrota ante todo síntoma de inestabilidad financiera, de crisis económica, de miedo e inseguridad.