Se enfrentaron a leyes, desafiaron prejuicios y rompieron tabúes para abrir camino en un mundo exclusivamente de hombres. Gentleman rinde homenaje a ocho mujeres extraordinarias y pioneras.
Marie Curie. La sensación científica de principios del XX nació como Maria Sklodowska y llegó a París con 24 años. Tres años después ya se había licenciado en Física y Matemáticas, primera y segunda de su promoción respectivamente. En 1895 se casó con su profesor, Pierre Curie, con el que llevaba un año trabajando, de ahí que obtuviese su apellido. Henri Becquerel dirigió su tesis doctoral, ‘Investigaciones sobre las sustancias radiactivas’, defendida en 1903, el mismo año en que obtuvo el Nobel de Física junto a este y su esposo. Tres años después quedó viuda y se le ofreció una pensión vitalicia, honor que rechazó a cambio de la cátedra que había pertenecido a Pierre, siendo la primera mujer en detentarla en La Sorbona. Continuó investigando sobre radiactividad y en 1910 logró obtener un gramo de radio puro, lo que le valió su segundo Nobel, esta vez de Química. Nadie más lo ha conseguido en dos disciplinas de ciencia diferentes.
Emilia Pardo Bazán. Dos veces condesa, doña Emilia gozó de una educación exquisita con tutores particulares. Desde pequeña renunció a las habituales clases de piano de las damas nobles para centrarse en su pasión: los libros, la historia, la literatura, el arte e incluso las leyes. “La educación de la mujer no puede llamarse tal-dejó escrito-, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”, tres valores que nunca fueron con ella.
Isadora Duncan. Había nacido para bailar, pero desde que empezó a estudiar danza clásica detestó el tutú, las zapatillas de punta y los moños. Sus montajes prescindían de decorados aparatosos y uniformes cursis, y los ejecutaba con el cabello suelto, los pies descalzos y telas vaporosas que se le ceñían al cuerpo para flotar un segundo después. Tan revolucionaria era su técnica que acabó instalándose en el Moscú inestable de 1917 con su esposo, el poeta Sergei Esenin. Pasó sus últimos años entre París y la Costa Azul.
Valentina Tereshkova. La URSS tomó la delantera en la carrera espacial con tres momentos gloriosos: el lanzamiento del Sputnik (1957), el primer viaje tripulado (Yuri Gagarin, 1961) y la primera mujer cosmonauta, Valentina Tereshkova, lanzada al espacio el 16 de junio de 1963, con 26 años. Cuatro compañeras suyas se quedaron en tierra porque a Sergei Koróliov, padre del programa espacial soviético, no le gustó el comportamiento de Valentina en el espacio. Pese a ello, alcanzó una enorme popularidad, recibió el título de Héroe de la Unión Soviética y llegó a alcanzar el grado de general de división.
Junko Tabei. Se enamoró de la montaña a los diez años, en una excursión escolar al volcán Nasu. A los 30 fundó el primer club de mujeres alpinistas de Japón y, no contenta con escalar el Fuji, se trasladó a los Alpes para conquistar el Cervino y el Matterhorn. La televisión de su país y el diario Yomiuri Shimbun pensaron en ella para dar un golpe de efecto: conquistar el Everest con un equipo exclusivamente femenino. Fue también la primera mujer en completar las llamadas “siete cumbres”: Everest, Aconcagua, McKinley, Kilimanjaro, Elbrús, Mont Blanc y Kosciuszko.
Maria Teresa de Filippis. Tenía 31 años cuando se convirtió, en el Gran Premio de Bélgica, en la primera mujer en participar en una carrera de Fórmula 1. Solo disputó cuatro carreras, sin puntuar en ninguna de ellas, pero causó sensación y escándalo: en Francia no la dejaron correr porque, según los organizadores, “el único casco que debe llevar una mujer es el secador de la peluquería”. Aun así, un francés, Jean Behra, la contrató al año siguiente para Porsche. Pero este falleció durante el Gran Premio de Alemania, que debía haber disputado ella, y de Filippis se lo pensó mejor: abandonó la competición, se casó y no volvió a correr hasta 1979, en carreras de exhibición.
Naomi Sims. Alta, guapa y majestuosa, consiguió una beca para estudiar moda y psicología en Nueva York con la idea de hacer carrera de modelo, pero se topó con los prejuicios raciales de las agencias. Decidió puentearlas y dirigirse directamente a los fotógrafos. Finalmente, el sueco Gosta Petersson la retrató para el suplemento de moda de ‘The New York Times’. Corría el año 1967. Al año siguiente fue portada del ‘Ladies’ Home Journal’ y su carrera se disparó, en el apogeo del movimiento Black is Beautiful. Después vendrían ‘Life’, ‘Vogue’ y otras muchas.
Amelia Earhart. Auténtica leyenda de la aviación, desapareció en algún lugar de Micronesia cuando intentaba completar la vuelta al mundo sobre la línea del Ecuador. Sintió “el gusanillo de la aviación” ejerciendo de enfermera para pilotos en Ontario durante la I Guerra Mundial. Cuando cumplió los 30 vendía aviones, construía pistas de aterrizaje y se la reconocía como uno de los mejores pilotos de su país. En 1928 cruzó el Atlántico junto a Wilmer Schultz y Louis Gordon, convirtiéndose en favorita del público, que comenzó a llamarla Lady Lindy por su parecido físico con Charles Lindbergh. Volvería a hacer la travesía en solitario, ya célebre y autora de un ‘best seller’, en 1932, oliendo sales para mantenerse despierta. Su última aventura acabó trágicamente: el presidente Roosevelt movilizo barcos y aviones para localizar los restos del Electra, su avión. Desistió a las dos semanas.