La prueba más contundente de la muerte de la literatura es el mismo Nobel de literatura. Desde hace suficiente tiempo los escritores galardonados son de hecho escritores pero son por derecho algo más. El premio siempre les toca por lo segundo.
La literatura sigue actuando como un requisito para concurrir pero como bien se ha venido dando a entender se trata de una requisitoria formal. Los sustancioso se encuentra en qué ha hecho este hombre o esta mujer por la libertad, la justicia, la igualdad o la vacuna contra la malaria.
Más que arte, en fin, se habla de amor al ser humano y de este modo ya todos los premios Nobeles son premios de la Paz. La diferencia entre un premio de la Paz y otro de Literatura radica en que el primero puede ganarse incluso sin escribir una línea, lo que viene a ser un desmedido privilegio contando con el esfuerzo que requiere un libro, y hasta un poema.
Con todo esto, los Nobeles contemporáneos han desembocado en la feria más jovial entre los seres vivos que todavía leen los periódicos. Partiendo de su sórdido comienzo con la dinamita como tema se ha llegado a esta explosión de júbilo angelical. El tramo que une ambos extremos describe el proceso cumplido desde la existencia a la inexistencia de lo literario, desde la importancia al desinterés por el neto valor de la escritura.