Decía Charles Dickens que el champagne es uno de los extras elegantes de la vida. Y más elegante será aun si se elige para beberlo la copa no solamente bella sino adecuada. Sobre esto último hay muchas teorías. Más allá de que las copas deban ser de cristal muy fino y transparente, su forma es motivo de especulación entre expertos y curiosos.
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Los hay defensores (la mayoría) de la copa tulipán o la aflautada, ambas altas con el pie no demasiado largo y cuya mayor bondad reside en que tienen una boca estrecha y un cuerpo alargado, propiciando que las burbujas típicas de este oro líquido no se pierdan rápidamente y asciendan por ella visiblemente, despacio y vibrantes. El otro modelo es la copa abierta o 'champanera', que parece estar cayendo en desuso debido a que el gas se escapa rápidamente, el líquido se calienta un poco y su amplia boca no deja apreciar los aromas del vino. Sin embargo, esta copa es una sorprendente fuente de sorpresas en cuanto a leyendas se trata.
Según diversas opiniones, el diseño de la copa, ancho y poco profundo, ha sido tomado de la silueta del pecho de Helena de Troya, Diana de Poitiers, María Antonieta o de Madame de Pompadour. Ninguna de estas leyendas tiene más visos de realidad que de pura ficción, pero sí hablan de un interés del sexo masculino por beber de copas que sean réplica de los senos de sus amadas, una especie de acto simbólico de disfrute y entrega que en todo caso nos ha trasladado una tradición amable para disfrutar de momentos en que se disfruta de licencia para el placer.
Selección y descripción de fotos: Enrique Murillo