"Yo he sido transparente viajando en bicicleta, con brisa en los pedales y trigo en la chaqueta”, escribía Leopoldo Panero. El verso agarra y contagia la felicidad libertaria del pedaleo para la autonomía humana. Una felicidad y una autonomía que vuelven a llenar nuestras ciudades de ciclistas, como si se tratase de la respuesta a un ejercicio doble: hacer sostenibles los espacios humanos en una nueva ecología orgánica que además pase por el ejercicio físico y el bienestar mental; y recuperar la belleza de tiempos pasados.
La bicicleta fue el vehículo estrella en la Europa de posguerra, hasta que la popularización de vehículos a motor, como el automóvil y la motocicleta, sumado a la desaparición de los tranvías, cambiaron para siempre el paisaje urbano moderno. Los beneficios de la bicicleta son incontestables a nivel muscular y cardiovascular, además de servir como un efecto relajante al coadyuvar a la atención y a la respiración, lo que contribuye a estabilizar las funciones emocionales del cliclista.
Belleza y ecología. Quizá sean estos los dos motores que están detrás de la nueva expansión de la bicicleta clásica urbana, cuyos diseños y materiales han sido actualizados respetando las líneas orgánicas y puras de un vehículo que lleva conviviendo con el ser humano desde que la inventase el barón Karl von Drais a finales del siglo XVIII.